sábado, 13 de septiembre de 2014

Un Quilapayún sin poncho

Publicamos esta entrevista aparecida el día de hoy 13 de septiembre de 2014 en la Revista El Sábado de El Mercurio
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"Adquirí la nacionalidad francesa en 1980.Con el tiempo descubrí que, al igual que una 'chilenitis' que nunca me abandona, era también víctima de otra enfermedad incurable: la 'francofilia'. Somos definitivamente animales de corral". 


El próximo año el legendario grupo, radicado en Francia desde 1973, cumplirá medio siglo de existencia. Y en octubre regresará a Chile para presentar su último disco, Absolutamente Quilapayún. Su director artístico, Rodolfo Parada, abre las puertas de su departamento en París y habla por primera vez de sus revoluciones y evoluciones, entre la política y el canto.  

Por Margarita Serrano

Nació cantando, pero se tituló de ingeniero civil industrial.

Cantaba como monaguillo en la misa dominical. También en su casa, usando un grueso diccionario como tambor, entonando boleros y rock and roll.

Pero nunca debe haber hecho el cálculo de un puente, porque no alcanzó. Los vientos de cambio de fines de los 60 sonaron muy fuertes en la entonces Universidad Técnica del Estado, y un grupo de estudiantes se puso poncho negro y empezó a cantar. Fuerte y claro. Con guitarras, charangos, quenas y voces potentes. Sin pelos en la lengua, interpretando, entre otras, las canciones atrevidas y feroces de la Guerra Civil española. Así entraron en todos los auditorios de las universidades chilenas por primera vez y produjeron un entusiasmo inusitado. No solo porque eran las primeras canciones de protesta y daba gusto cantarlas a voz en cuello, sino porque estos jóvenes del escenario eran mucho más sólidos musicalmente de lo que antes se había escuchado en esos mundos juveniles. Para algunos, los menos militantes, eran la versión "lana" de Los Beatles. ¡Ídolos! Admirados y temidos, igual eran ídolos.

Se llamaban Quilapayún. Y uno de ellos era Rodolfo Parada.

Por eso este director artístico de los "Quila" no llegó a ejercer como ingeniero, porque no pudo dejar la música, nunca más.

Hoy, casi  50 años después, en su departamento antiguo y lleno de carácter en París XV, mientras corrige un texto -¿una canción?- en su computador, habla por teléfono en un francés impecable, dando las últimas instrucciones para una gira, y mientras todavía sale humito con aroma a café de grano de un tazón blanco, decide conversar sin barreras. En el fondo, lo que pasa es que esta gira que prepara es por Chile, después de tres años sin venir, y le importa mucho que todo salga bien. Por eso ahora él está dispuesto a no escudarse por un rato en el grupo y entrar en mundos más personales.

-Cuando ingresé a Quilapayún transformé mi placer del canto en mi destino. Toda la vida universitaria y laboral la he llevado siempre en paralelo. Después me doctoré en Sociología aquí en La Sorbona, y aun así, los estudios y el cultivo de la razón han ido siempre a la par con la sensibilidad de la música y el canto. Porque la ciencia y el arte cumplen con el mismo objetivo: rechazar los límites del enigma, sin nunca llegar a develarlo. Es la mejor manera que he encontrado de darle sentido a una energía que gasto porque sí, por placer, por estar aquí, por comunicar, por deber.

En esos años 70, muchos de ellos pertenecían a las Juventudes Comunistas, eran profundamente idealistas y por eso incorporaron a su repertorio canciones que se parecían más a un salmo o a un Padre Nuestro. Fue el caso de "Plegaria a un labrador", que compusieron con Víctor Jara y con la que ganaron el Festival de la Nueva Canción Chilena de la Universidad Católica en 1969. Así también, en esa búsqueda de nuevas formas musicales, hicieron con Luis Advis la Cantata de Santa María de Iquique.

-¿Cuántos años tenía cuando hacía el solo inolvidable de "Vamos mujer..." en la Cantata de Santa María? Cuando lo canta ahora en Ámsterdam o en Tokio, ¿qué lo diferencia de aquel joven?
-(Se ríe, pero sin nostalgia) ¡Cuarenta y cuatro años menos! Pero hay obras que conservan toda su frescura y vigencia, lo que te hace buscar recursos no sé dónde para transmitirlas con la misma convicción que en la época. Pero el tiempo es implacable no solo para el intérprete, sino también para el público, básicamente porque este se va renovando, en generaciones y en vivencias. Así, la emoción compartida puede ser muy intensa, pero es distinta. Por otro lado, como somos un grupo de solistas, de repente nos repartimos los solos para el mejor equilibrio del programa de un concierto.

-¿Sigue siendo del PC? ¿Cómo ha vivido en lo personal los cambios políticos del mundo?
-¡Pucha! Tremendo tema. Pero trato de responderle brevemente. Entré a militar en la JJCC a mediados de 1967 y dejé de hacerlo en 1979, es decir, 10 años antes de la caída del muro de Berlín. Nunca he vuelto a militar en ningún partido. No obstante, al igual que todos mis colegas en el grupo, sigo siendo de izquierda. Lo esencial de lo que uno es, se lo debe a la escuela, el medio social, al contexto republicano, a las posibilidades de evolucionar en el trabajo, a la existencia de un buen servicio de salud, a la cultura que te rodea... Todas cosas que deben ser garantizadas por una fuerza colectiva, como el Estado. Hoy mantengo lazos privilegiados con el PC, con algunos sectores del PS, y tengo muy buenas amistades políticas en la DC.

Separación del grupo

Imagen de los 70, con la formación original. Rodolfo Parada esa el primero de la derecha. Al centro, Eduardo Carrasco. "Desde que (Carrasco) se fue del grupo, nunca dejó de agredirnos de manera violenta e injuriante", acusa Parada. 


Solo ocho años estuvieron en ese Chile que los admiraba tanto. En 1973, el golpe los pilló en una gira por Francia y allí se quedaron. Fue un exilio difícil, como todos, donde no solo tuvieron que aprender a hablar francés, sino que, además, buscar trabajo para mantenerse. Rodolfo Parada se empleó en el Ministerio de Cultura de ese país, se casó con su polola chilena, tuvo una hija que hoy vive en Chile, y después de muchos años intentando convencerse de que sería largo el tiempo antes de poder regresar, "cambiamos las maletas por veladores y nos fuimos instalando en París".

El grupo nunca dejó de cantar, de grabar ni de componer. Cuando en 1988 el gobierno militar los autorizó a volver, la mayoría de ellos tuvo la duda. Sin embargo, Eduardo Carrasco, el hasta entonces director del grupo, decidió abandonar Quilapayún y volver a Chile a retomar su vida académica. Fue dolorosa su partida para Rodolfo, pero el grupo continuó. Patricio Wang, integrante desde 1980 pasó a ser el director musical y Rodolfo Parada, el director artístico.

Quince años después, en 2003, cuando en Chile se conmemoraban los 30 años del golpe, Carrasco juntó a los tres "Quila" que habían regresado esos años y formó otro grupo que participó en esos eventos coyunturales.

Ahí empezó la batalla judicial por el nombre del grupo, hasta que al final se determinó que nadie  "reglamentó de manera expresa los derechos y deberes de sus integrantes desde el origen, por lo tanto el signo Quilapayún no es creación de ninguna de las partes en conflicto". Así lo determinó el Instituto Nacional de Propiedad Intelectual (Inapi) y les otorgó el derecho a ambos para utilizar el nombre.

-¿Fue muy difícil enfrentarse con Carrasco, después de haber sido tan unidos?
-El propio Eduardo Carrasco ha reconocido que ejercíamos una dirección bicéfala mientras él estuvo en el grupo. Esta dualidad se basaba en nuestra complicidad para aportar las mejores respuestas a un entorno sociocultural y político, pero también en una gran dosis de amistad, redoblada por el exilio. Llegamos a ser muy buenos amigos.
"Es cierto que en ese momento el futuro del grupo aparecía más que incierto en Francia: sin casa de discos, sin CD en el mercado, con conciertos más que escasos, el grupo se encontraba prácticamente fuera de circuito. Esta misma situación es la que hizo que Willy Oddó se fuera en 1987 y Carlos Quezada en 1992. Con Patricio Wang decidimos seguir con Quilapayún a pesar de todas las dificultades. Gracias a un trabajo encarnizado, los resultados aparecieron poco a poco: nuevos contratos con casas de discos y agencias de artistas, nuevos CD, programas de TV, conciertos, giras".

-Pero se peleó con Carrasco...
-Desde que se fue del grupo y en contradicción con nuestra historia de amistad, Carrasco, aparentemente sin lograr sus objetivos en Chile, nunca dejó de agredirnos de manera violenta e injuriante. Esto provocaba un gran daño para la imagen del grupo. Pero nunca respondimos a los ataques para no acrecentar el perjuicio.
"Decidir rejuntar a ex miembros en 2003, es entonces el resultado de un arreglo de cuentas que no tuvo nada que ver con el arte. Y comenzó a invocar razones tan grandilocuentes como ridículas ("traición a los principios", "la verdad termina por imponerse", "la fuerza de la historia" etc.), sobre todo viniendo de alguien que abandonó el conjunto en los momentos más difíciles".

-Guillermo Oddó, quien dejó el grupo en 1987, regresó a Chile y fue asesinado en una calle de Santiago, en noviembre de 1991. ¿Cómo le afectó a usted esa muerte?
-Sí, es un recuerdo muy duro. Estábamos en París, en el estudio de grabación, terminando de grabar el disco Latitudes. Recibimos la noticia como un gran choque emocional. Willy era una persona muy querida por todos nosotros. Son los momentos en que la vida pierde todo sentido y uno se pregunta para qué seguir haciendo esfuerzos por esto o lo otro. Para mí fue particularmente difícil porque tuve que encerrarme a redactar una declaración pública a nombre de Quilapayún. Estuve como una hora encerrado para escribir solo unas líneas, con mi razón librando una batalla cruel con mis emociones. Algo de esta vivencia apareció recién en la canción "Siete por ocho" de nuestro último disco, donde decimos: "Siete veces por el suelo, ocho veces de pie, pareciera que la vida vale nada, pero nada vale una vida".

Luego de tres años, Quilapayún regresará a Chile para presentarse, el 17 de octubre, en el Teatro Nescafé de las Artes, en Santiago. "Dejamos de usar el poncho negro en 1985, porque ya nos parecía fuera de época", dice Parada.


Siempre París

Se quedaron en París, en definitiva. Rodolfo se casó por segunda vez con una francesa, dicen que bella y aristócrata. Tuvo dos hijas con ella. La vida se enredó con lazos familiares, laborales y sentimentales.

-Nada más apropiado que el concepto de resiliencia para explicar el instinto de vida que uno desarrolla frente a la adversidad: vulnerables pero invencibles. Adquirí la nacionalidad francesa en 1980. Y luego recuperé un pasaporte normal chileno (sin L) en 1989. Con el tiempo descubrí que, al igual que una "chilenitis" que nunca me abandona, era también víctima de otra enfermedad incurable: la "francofilia".  Somos definitivamente animales de corral.

-Este otro año celebran el medio siglo del grupo. ¿Por qué el eslogan dice "50 años de re-evoluciones sin pausa"? ¿Cómo pasaron de la revolución a la re-evolución?
-Este eslogan tiene dos lecturas. Una primera, cultural, interna a Quilapayún. Desde los inicios hemos buscado innovar las proposiciones de cada disco, cerca de 40 álbumes hasta ahora. No siempre lo logramos, pero en general se ha marcado una evolución notoria entre discos como el Basta, la Cantata de Santa María, Nguyen Van Troy, Américas, Tralalí-tralalá, Quilapayún al horizonte, y ahora Absolutamente Quilapayún. Al comienzo, estas evoluciones eran el resultado del trabajo con compositores académicos externos al grupo, como Luis Advis, Frank Fernández, Gustavo Becerra... Pero desde el ingreso al grupo de Patricio Wang, gran músico chileno, estas evoluciones tienen un carácter interno. Evoluciones sucesivas, repetidas... eso da re-evoluciones, ¿no?
"La segunda lectura es más política. Es cierto que en la época, declararse revolucionario tenía que ver con el 'todo o nada' en la transformación social. Pero el cambio de época ha impuesto una visión revolucionaria de la 'reforma', de las 'evoluciones' significativas. Reformas como la legalización del aborto o el matrimonio para todos, tienen un carácter societal revolucionario, que inducen un cambio progresivo de modelo, sin que por ello cambie radicalmente toda la sociedad".

-Ahora vienen a Chile en octubre. ¿Cómo sienten al público chileno? ¿Le afecta la división del grupo?
-Frente al conflicto, hemos tratado de no caer en la trampa del epíteto malevo, que consideramos un insulto a la inteligencia de nuestros seguidores. Porque lo que a ellos les interesa en un artista es su propuesta concreta y punto. Del arte para arriba, es nuestra línea. Esta postura, que pretende dignificar el nombre de Quilapayún, ha sido muy bien comprendida por nuestros seguidores. Tenemos recuerdos imborrables de la celebración de nuestros 45 años en 2010, en un Caupolicán abarrotado, junto a una veintena de amigos artistas. También los conciertos vibrantes, en el mismo Caupolicán, junto a Illapu e Inti-Illimani en 2011. Y, bueno, todos los innumerables conciertos en provincias rodeados por el cariño de la gente. No queremos entrar en calificaciones del tipo "auténtico" o "verdadero", sobre todo porque en el otro grupo hay gente que tuvo un gran valor para el Quilapayún en otra época. Que el público vaya a ver a quien quiera y que decida qué opción aprecia más.

-¿La con poncho o la sin poncho?
-(Se ríe muy fuerte). Sí, buen dilema. Quilapayún dejó de usar el poncho negro en 1985, porque ya nos parecía fuera de época y fundamentalmente porque tenía muy poco que ver con la música que veníamos haciendo. Era la época de los discos Tralalí-tralalá y Survarío, donde había temas bastante novedosos, composiciones de Wang con clara connotación moderna. Además, el Inti-Illimani ya había dado el ejemplo sacándose sus ponchos amarantos.
"En el fondo, queríamos mostrar un Quilapayún renovado, lejos de posturas ceremoniales de otro tiempo, con una imagen que privilegiara lo musical. En eso estamos todavía y eso es lo que queremos transmitir.
"Nosotros utilizamos el poncho solo cuando interpretamos la Cantata de Santa María, por el carácter de la obra y como signo de respeto hacia una historia trágica. Y, a veces, siguiendo los consejos de un amigo francés, director de TV, salimos con poncho al escenario, cantamos la primera canción, y enseguida nos sacamos el poncho delante del público. Créame, ¡tiene un muy buen efecto! Pero es una maleta más en el avión...".

Margarita Serrano.

Los integrantes del grupo, radicados en París: Patricio Wang, Patricio Castillo, Rodolfo Parada, Álvaro Pinto, Mario Contreras y Rodrigo González. 

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