viernes, 26 de agosto de 2011

Música y política. Por Patricio Wang

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Ya desde Platón y hasta nuestros días la función social de la música se presta a discusión.

Ya desde Platón y hasta nuestros días la función social de la música se presta a discusión.

A fines de los años 70 Louis Andriessen compone De Staat (“La República”) sobre textos del libro homónimo del filósofo griego. El objetivo era hacer un aporte a la discusión sobre la relación entre la música y la política. Sin embargo la reflexión resulta ambigua: mientras las cantantes cantan los textos que describen cómo la influencia de ciertas escalas pueden ser peligrosas, y que en el Estado ideal debieran ser evitadas, el compositor mismo declara: “cualquiera ve lo absurdo de estas declaraciones en la obra de Platón” y agrega “ojalá fuera cierto que la renovación musical pudiera ser un peligro para el Estado”.

Al mismo tiempo, más o menos en el mismo período, los años sesenta y setenta, al otro lado del mundo, los grandes movimientos sociales en Latinoamérica son impensables sin la enorme cantidad de cantores, grupos, compositores, que crean la banda sonora inseparable de las imágenes de cada gran evento político de esa época y de los profundos cambios en el continente.

Difícil es medir la influencia de la música en el acontecer histórico, pero ya el hecho de que un período sea impensable sin ciertas expresiones artísticas dice mucho del rol protagónico de éstas.

Interesante es el hecho que estas explosiones de actividad creativa en el seno de un proceso histórico no se limitaban a incorporar un discurso político, como un elemento más de una expresión artística cuyas líneas directivas obedecían a reglas conocidas. La problematización de forma y contenido era un elemento central de los múltiples intentos creativos, en todas las áreas. Las expresiones que nacieron en este período corresponden a verdaderas respuestas creativas a las interrogantes y exigencias del momento histórico.

La inserción social de las nuevas proposiciones se hicieron también a través de soluciones originales, creadas al margen del “establishment” y las instancias de poder reconocidas. Fue así, por ejemplo, como a falta de medios financieros para distribuir las nuevas creaciones, el Partido Comunista de Chile creó Dicap, una sociedad disquera al margen de los grandes complejos disqueros, apoyados por las multinacionales de esa industria. Hecho comparable, de un cierto modo y en otras circunstancias, al desarrollo de movimientos musicales en otros países, como Motown en los Estados Unidos, o el Reggae en Jamaica, que gracias a su fuerza y perseverancia supieron conquistar un lugar importante en el mundo de la música.

De ese modo se crearon estructuras que no recibían las remuneraciones financieras del mundo comercial, pero que constituyeron plataformas de trabajo suficientemente sólidas como para establecer un circuito de distribución en todo el país. Esto significó la consagración definitiva, a nivel nacional, de un movimiento de música popular que, hasta entonces, sólo había sido privativa de reducidos círculos intelectuales en el seno de las universidades, principalmente.

El indiscutible poder movilizador de la música parece naturalmente llamado a jugar un rol importante en cualquier proceso de cambios. Pero esta naturalidad se acaba cuando se trata de definir este rol. En un mundo bipolar, con dos ejes ideológicos claramente antagónicos como era la situación en los años 60, la toma de posición era a menudo radical y dejaba poco espacio a los matices.

Por una parte la sociedad capitalista con el estandarte del mercado libre y por otra la proposición de un modelo de sociedad socialista.

Para nosotros, los habitantes de América Latina (el patio trasero de los E.E.U.U. como se le llamaba entonces), víctimas como siempre fuimos de la hegemonía estadounidense que explotaba tranquilamente las frágiles economías del resto del continente, la revolución cubana, que resistía a la omnipotencia del imperio, fue una inspiración mayor en la búsqueda de otra vía posible para nuestros países. Junto a la proposición de Allende de un socialismo democrático para Chile en 1970, crearon un fervor y una ebullición de ideas nuevas que movilizó a mucha gente y, por supuesto, a miles de artistas que, conscientes de estar creando un mundo nuevo, se movilizaron con su arte para apoyar los procesos políticos que removían los cimientos de sociedades basadas en el enriquecimiento de unos pocos, y que eran hábilmente explotadas por el imperialismo norteamericano.

Como es de suponer, la situación creó una forma de arte contingente, muy directo, que sus detractores tildaron de “realismo socialista”, pero si bien ese fue un aspecto de los más visibles en la época, las nuevas condiciones creadas por una sociedad en proceso de grandes cambios contribuyeron a una estrecha colaboración entre artistas de diferentes disciplinas, y esto estimuló una reflexión artística real y profunda sobre el arte y el rol del artista en la sociedad.

La colaboración entre los músicos populares, intuitivos e inmediatistas, y músicos del Conservatorio creó una música inédita que hizo su camino y hoy aparece como el punto de partida para muchos otros desarrollos musicales posteriores. El género documental también recibió un enorme impulso cuando los cineastas comenzaron a filmar la dinámica realidad e implicaron a músicos, pintores o poetas.

La opresión violenta, estimulada por los Estados Unidos, que apoyaban a todos los ejércitos y políticos putschistas latinoamericanos, acabó con este florecimiento cultural y trajo años de dictadura y exilio que cambiaron completamente la faz del continente. De esto por supuesto también han rendido cuentas las manifestaciones artísticas, obligadas una y otra vez a buscar nuevos caminos de expresión, bajo el control de dictaduras salvajes, conscientes de que el arte y la cultura son siempre peligrosos adversarios que es necesario controlar y reprimir.

Hoy, las profundas desigualdades sociales se han mantenido o acentuado, gracias al liberalismo económico impuesto por los Estados Unidos a sangre y fuego, y del que la crisis económica actual es sólo un avatar, cuyas consecuencias serán sufridas sobre todo por los desposeídos de siempre.

Un enorme vacío en el campo de las ideas políticas ha creado por años un estado de gran indiferencia social. El liberalismo triunfante se preocupa de la administración de los pueblos y estos son atrapados en un círculo vicioso de desconfianza hacia aquello en lo que hoy se ha convertido la política. El maniqueísmo de los años 60 puede haber pecado de facilismo pero, si bien las opciones personales eran muchas veces dirigidas por una pasión idealista más que por una profunda reflexión política, el deseo de cambiar el mundo fue una realidad que movilizó lo mejor de las fuerzas sociales, y produjo una apertura en el campo de las ideas. En ese contexto era relativamente fácil tomar partido por una izquierda movilizada por la injusticia en el mundo.
Una vez desaparecidos los campos ideológicos que oponían socialismo y capitalismo, las opciones son más complicadas. Una reflexión más profunda se hace necesaria y la cultura utilitaria y « del segundo » de la sociedad contemporánea es un obstáculo. El gran peligro es esta sociedad ocupada en sus problemas más básicos y en el trabajo de control de un mundo técnico cada vez más sofisticado, convertido en un objetivo en sí. Y una sociedad que no reflexiona ni actúa a través de sus acciones políticas es una sociedad disponible para ser controlada por los intereses de una minoría activa.

El arte conlleva siempre un núcleo de subversión y es fuente de inspiración y esperanza hasta en los momentos más desesperados de la Historia.

La música no es neutra, si bien no necesita ser un panfleto, es un arte que, como la política, también cambia el mundo, a través de canales que le son propios. Y esto no es privativo de una época determinada.
Los años de la Solidaridad no son solamente una iconografía, un recuerdo caluroso de tiempos gregarios, de la ilusión colectiva de un objetivo común. Son también una actitud crítica, reflexiva, que hoy también tiene su lugar y es profundamente necesaria, en el arte y en la sociedad.

Febrero 2009

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