por Adolfo Marino BEBE Ponti
Anoche en el Teatro Sha, del porteño barrio de Once, Quilapayún dio un concierto que hizo temblar la historia. Parados en el escenario cual monjes del canto libertario, cubiertos con sus ponchos que parecían túnicas negras, abrieron el telón con la Cantata de Santa María de Iquique y, automáticamente, la sala se convirtió en un templo donde no entraba un alfiler por la religiosidad del instante. Esta obra fue compuesta en su totalidad por el músico popular Luis Advis hacia fines de 1969, divida en 18 partes e incluye cinco relatos. En la oportunidad, estos últimos fueron interpretados por el actor Juan Palomino. Así se narró nuevamente la historia de la matanza cometida en Chile el 21 de diciembre de 1907, cuando fueron asesinado miles de obreros del salitre junto a sus familias. Convertida en un clásico por la mítica formación trasandina, Cantata de Santa María de Iquique, recorrió el mundo entero denunciando este crimen y a través de la misma todas las atrocidades perpetradas en suelo latinoamericano.
Con esta pieza sagrada de la canción universal, cerraron la primera parte del concierto aunque no pudieron bajar las cortinas del teatro porque el público de pié y en aplauso incesante se resistía a despedirse de los emblemáticos Quilapayuún aunque sea por unos minutos.
La segunda parte no fue para menos: volvieron de la mano de Víctor Jara, con cásicos de su repertorio, a encender la luz de la historia. Por momentos parecía que el juglar asesinado por Pinochet, estaba con ellos sobre el escenario, cantando y recordándonos que la memoria es la llave de la esperanza y el arma de la justicia. Hubo de todo: sentido del humor, sonrisas y hasta un momento para evocar a nuestro querido poeta Armando Tejada Gómez.
El tiempo no pasaba, pero se iba. Nadie quería despegarse de las butacas, ni salir de esta sensación absoluta de belleza y libertad que las canciones de Quilapayún estampaban en el alma de los presentes; ellos tampoco podían abstraerse del romance, del pleno encuentro con el público argentino. Cada vez que amagaban con retirarse, la gente estallaba en aplausos y los bises se repetían. Finalmente, como si fueran un coro celestial abrieron la puerta de una estrella y se despidieron con "Plegarias a un labrado." para que los versos de Víctor Jara quedaran destellando en Buenos Aires:
La segunda parte no fue para menos: volvieron de la mano de Víctor Jara, con cásicos de su repertorio, a encender la luz de la historia. Por momentos parecía que el juglar asesinado por Pinochet, estaba con ellos sobre el escenario, cantando y recordándonos que la memoria es la llave de la esperanza y el arma de la justicia. Hubo de todo: sentido del humor, sonrisas y hasta un momento para evocar a nuestro querido poeta Armando Tejada Gómez.
El tiempo no pasaba, pero se iba. Nadie quería despegarse de las butacas, ni salir de esta sensación absoluta de belleza y libertad que las canciones de Quilapayún estampaban en el alma de los presentes; ellos tampoco podían abstraerse del romance, del pleno encuentro con el público argentino. Cada vez que amagaban con retirarse, la gente estallaba en aplausos y los bises se repetían. Finalmente, como si fueran un coro celestial abrieron la puerta de una estrella y se despidieron con "Plegarias a un labrado." para que los versos de Víctor Jara quedaran destellando en Buenos Aires:
Levantaté y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano
juntos iremos unidos en la sangre
ahora y en la hora de nuestra muerte
amén.
para crecer estréchala a tu hermano
juntos iremos unidos en la sangre
ahora y en la hora de nuestra muerte
amén.
http://periodicovas.com/quilapayun-la-llama-viva-de-la-cancion-militante/
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