Muy adelantada para su época, esta periodista y traductora fue el primer gran amor de Roberto Matta y mantuvo con él un intenso epistolario. Criada entre Europa y Estados Unidos, Lorca reconoció el talento de Matta y lo impulsó a partir a Francia, porque pensaba que en Chile lo consideraban un excéntrico más que un artista. Consignó esta historia en sus memorias, que publicó antes de morir, en Estados Unidos.
Marilú Ortiz de Rozas
Un fajo de cartas, cargadas de versos, pasión y tristeza, que logró sortear la férrea censura impuesta por la madre de Lillian Lorca, más algunos dibujos y un singular retrato de ella realizado al óleo por el propio Matta, son elocuentes testigos de una gran historia de amor truncada. "Lillian y Roberto fueron un poco 'Romeo y Julieta' en el Chile de su época", afirma, desde California, Ximena Tagle, hija de Lillian, que nació escuchando a su madre hablar del genio incomprendido de este artista, con quien no la dejaron casarse, a pesar de cuanto se querían.
"Tu cuerpo sigue siendo la tierra de mis sueños de sangre y tus ojos de herida la llaga de emociones. Mi sangre en el roce de la lluvia pierde las fuerzas que tuvo en el roce de tus venas", le escribe Matta a Lillian Lorca (1914-2009), en una de las numerosas cartas que le manda a partir de 1935, desde Francia, y que ella conservara preciosamente.
Lorca narra su encuentro con Matta en "Lillian Lorca de Tagle, Honorable Exiles. A Chilean Woman in the Twentieth Century", publicado por University of Texas Press, en el año 2000. La pareja se conoce a comienzos de los años treinta, en un paseo campestre con varios amigos, tras el cual él la invita a salir. Y, como correspondía, es recibido a tomar el té, unos días después, en una parcela de los Lorca-Bunster, en las afueras de Santiago. "Una mesa construida alrededor del tronco de un viejo árbol estaba dispuesta con la porcelana más fina de Mamá, y la platería con iniciales en relieve, tal vez con la intención de impresionar a Roberto", narra Lorca. El artista, que a lo largo de su vida declararía en numerosas oportunidades que aborrecía los formalismos sociales, cometió un primer gran error: interrumpir a la matriarca y expresar una opinión personal. El segundo error consistió en lo siguiente: "Roberto saltó sobre la mesa, trepó el árbol hasta la copa más alta y empezó a recitar versos de Neruda a grito pelado... (Mamá) no pronunció una sola palabra, pero cuando me miró leí en sus ojos el grado de su desaprobación".
No era solamente por su extravagante comportamiento que Matta fue vetado en esa casa. Contribuyó bastante la "vida disipada" de algunos miembros de su familia, como el legendario abuelo Víctor Echaurren. Este refinado coleccionista de arte, que había pasado la mayor parte de su vida en Europa y ejerció un gran influjo en sus nietos, era un conocido mujeriego. "Cada vez que desfloraba a una virgen, enviaba una señal secreta a un almirante amigo y disparaban diez cañonazos para celebrar la proeza", contaba Matta, según Lillian.
Sin embargo, ella no escuchó sino a su corazón. La madre le prohibió todo contacto con él, y viendo que Lillian no acataba sus órdenes, le quitó hasta sus vestidos, para que no pudiera salir. "Mi madre tomaba prestados unos pantalones de su hermano, y saltaba por la ventana para ir a juntarse con Roberto Matta. A pesar de todo, ellos enfrentaron su relación con mucha honestidad, decían abiertamente que eran pareja, y eso era muy raro en la época", revela Tagle. Buscaron la complicidad de numerosas personas para verse a escondidas, entre ellas la propia madre de Matta, doña Mercedes Echaurren.
En una conversación inédita entre Luis Mitrovic, amigo de juventud de Matta, y Eduardo Carrasco, el primero confirma que era sabido que ellos tenían una relación de pareja y que esto no era bien visto, e inusual en personas de esa edad. "Lillian, mi madre, pagó un precio muy alto por este amor, pero ella era así, yo la admiraba por eso", sostiene su hija.
Matrimonio fallido
Ambos deciden matricularse en cursos libres de la Escuela de Bellas Artes, donde Matta conoce a Hernán Gazmuri, recién llegado de París, quien lo adopta como alumno. Lorca se había educado entre Estados Unidos y Europa (ella había llegado a Chile en 1931), pues su padre era diplomático, y había podido imbuirse de los movimientos artísticos e intelectuales de su tiempo. Tenía una clara conciencia del talento de su novio, y de las limitaciones que encontraba en el país. Escribe: "Era evidente que Roberto necesitaba espacio para continuar desarrollando su arte. En Chile había agotado todas las posibilidades de hacerlo con éxito. El público empezaba a considerarlo un excéntrico, no un artista. Alguna gente se burlaba de sus creaciones".
Ella y Gazmuri lo habrían convencido de irse a Europa. Matta, antes de decidirse, le pide a Lillian que se case con él y le regala los planos que concibe para "la casa de ambos, en Las Condes". Lillian Lorca insiste que primero él debe irse y que luego la venga a buscar. Matta consiente, y se va, en el año 1935, según consta en la correspondencia.
Al año de su partida, Lorca relata que su padre recibe una carta de Matta, pidiéndola en matrimonio, misiva que en el epistolario de Matta a ella menciona varias veces: "y que contesten luego mi carta tus padres...", le dice. La madre se escandaliza, lo toma como un agravio.
Unos meses después, los Lorca Bunster reciben la visita de Moisés Poblete, amigo de ellos que desempeñara importantes funciones para las Naciones Unidas; que venía, junto a su esposa, a interceder por Matta. Les cuentan que él es un artista respetado en París, que quiere casarse con Lillian y que ellos vienen para llevarla a su lado, como chaperones. Lillian acepta, a pesar de la oposición materna, pero no pudo contrarrestar el bloqueo de doña Rosa Bunster, que argumenta que no puede casarse sin la autorización de sus padres.
Muchos años más tarde, Matta le confiesa a Eduardo Carrasco que ella fue el primer amor serio de su vida. Y le advierte que era "mucho más culta y estaba mucho más cerca de lo que en el fondo yo era, porque toda esta gente anterior era completamente analfabeta", transcribe Carrasco en "Conversaciones con Matta". Su historia con Lillian Lorca duraría hasta aquí: "Con ella yo hubiera querido arrancarme hacia Europa, pero no pude porque tenía solamente diecinueve años. Yo tenía veinte años, y ni un peso...", prosigue Matta (en realidad, ella era tres años menor que el pintor). Carrasco recuerda que para Matta fue un capítulo bastante triste de su vida: "él realmente esperó que ella fuera a reunirse con él y le molestaba que no lo hubiera seguido", aclara.
"...Vente... Todo está aclarado, puedes 'vivir' con mi renta. Se hacen tensas todas las cuerdas de mi arte en el tiempo y tu distancia", escribe Matta a Lillian. En otras cartas, tras el relato de sus encuentros con Miró, Neruda o Le Corbusier, y de declamaciones amorosas, la increpa: "Tienes que venirte, tengo los libros sin escribir". También le dice: "Vieja, My old, Choux, Bijou... Estoy llegando a mi posición - la utilidad del arte, sin lo cual sería gaspillage spiritual. He encontrado su función social...". Y si en las primeras cartas menciona la posibilidad de volver al país, en un momento le hace ver que sufre sin ella, pero que ya tampoco puede vivir en Chile. Al final, se desanima:
"Vieja: me han ustedes abandonado... me he enfermado nuevamente y vivo en casa de Gabriela Mistral -en Portugal- quien me da de comer y me cuida como su hijo, no he tenido dinero para escribirte por avión... Estoy bastante desesperado. Justamente cuando necesito cuidado me siento botado. Qué ha habido, háblame... por qué no me has escrito? Yo quisiera que te vengas... busco toda clase de interpretaciones a tus silencios".
Ultimátum y exilio
Tras la partida de Matta, Lillian queda muy sola. "Mi madre cae en una depresión, palabra que en ese entonces no se conocía, como tampoco se conocía la palabra 'feminista', porque ella lo era antes de que se inventara", revela Ximena Tagle. Mas su padre, Arturo Lorca, sufre un revés económico al perder su empleo y Lillian decide ponerse a trabajar, como periodista, en revista Ercilla, junto a la pionera del rubro, Lenka Franulic, y como traductora. A lo largo de su vida llegó a traducir una cuarentena de obras, entre ellas "Servidumbre Humana" (Of Human Bondage), de Somerset Maugham, que le valió un premio en Argentina, pero en vez de despertar la admiración de su madre, el "tenor de estas novelas", y su incursión en el mundo laboral, solo incrementaban su indignación.
Un período de paz en su vida le trae su matrimonio con Enrique Tagle, y el nacimiento de sus dos hijas, Ximena y Rosa, pero él muere prematuramente en un trágico accidente, y ella se ve obligada a regresar a la casa paterna. Vuelve a trabajar y se independiza nuevamente, intenta rehacer su vida, y en este período sufre una violación, que tiene la valentía de contar en su libro.
"Mi abuela un día le planta un ultimátum: o cambias o te vas de Chile", sostiene su hija. Lillian decide emigrar, en 1951, a Estados Unidos, que es el país donde nació, y en el que volvió a casarse dos veces más; siendo el último marido menor que su hija Ximena, demostrando que con los años tampoco se volvió más conservadora. Trabaja hasta 1988 en "La Voz de América", llegando a ser la primera mujer productora, dentro de la sección latinoamericana, y a partir de comienzos de los sesenta, ejerce como intérprete para el departamento de Estado del país del norte. Le ofrecen un cargo diplomático y parte como agregada cultural de Estados Unidos a Honduras, de 1973 a 1976, donde recibe máximas condecoraciones.
Lillian hablaba español, francés, inglés, alemán e italiano, y siguió traduciendo obras literarias hasta el final de su vida; entre ellas "Gente al acecho", de Jaime Collyer. Sus últimos años, en Texas, los dedica a escribir sus memorias. Ella misma las traduce al español y encarga a su sobrino, el abogado Álvaro González Lorca, que la represente en Chile y las publique; tarea que está pendiente.
"Ella fue una mujer transgresora, con el coraje para enfrentar la hipocresía de su entorno social. Quería dejar un testimonio personal e histórico de su época", relata González.
El último contacto entre Lillian Lorca y Roberto Matta fue a propósito de este libro, porque ella quería reproducir, en la portada, el cuadro que él pintara de ella. Pero no recibió la autorización de su esposa, Germana Ferrari. Lillian y Matta se habían vuelto a ver a fines de los años cuarenta, en Chile. "Fue un encuentro decepcionante", escribió Lillian. Sin embargo, Matta, que estaba pintando una tela por encargo de quien fuera uno de sus principales admiradores, Sergio Larraín García-Moreno, tomó un cuchillo y le cortó un pedazo. "Me lo tendió diciendo que lo guardara como un recuerdo de su primer amor", reveló ella.
Autónoma hasta el final, cuando Lillian Lorca se encontró enferma, en cama, sin poder valerse por sí misma, dejó de comer y de beber. "Dijo hasta aquí nomás -cuenta su hija-. Y el cuerpo obedeció".
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