El grupo tuvo sus vaivenes con las disputas públicas por el nombre, pero lo que puede escucharse en su nuevo álbum deja atrás cuestiones extramusicales: las quince canciones de este disco, al cabo, hacen honor como corresponde a la historia.
Por Cristian Vitale
Absolutamente Quilapayún: tal vez sea una ironía llamar al disco así. Poco queda –puro– de las tres barbas que dieron un nombre en mapudungun al grupo: kila (tres) payún (barbas), allá por mediados de los sesenta. Una ironía, sutil por cierto, que trata de darle una pretensión de absoluto a una historia que en realidad se fragmentó y engendró, lío judicial mediante, dos facciones en pugna por legitimarse en el origen. Dos facciones que además, efectos del exilio mediante, dividieron aguas estéticas y geográficas. Entonces, cuando se habla de este flamante disco hay que omitir los que volvieron a Chile y acaban de sacar el CD/DVD homenaje a Víctor Jara –el de Eduardo Carrasco, uno de los fundadores, y los históricos Carlos Quezada y Hernán Gómez–, y hacer hincapié en la otra parte, la que quedó en Francia, la de Rodolfo Parada y Patricio Wang, otro par de históricos. La que, dado un fallo judicial emitido por la Corte de Casación de París hacia fines de la década pasada, tuvo que cambiarse un rato el nombre para poder tocar en Francia (Guillatún), pero que se sigue considerando heredera legítima de parte de las tres payún primeras. Y que, fuera de tal jurisdicción, nunca tuvo que deshacerse de la "marca".
Como fuere, el disco hace honor a la historia tal vez tanto como el hacer del otro bando. Absolutamente Quilapayún mantiene –con matices, claro– la matriz estética de uno de los grupos más importantes que ha dado la música popular chilena de los últimos 50 años. A través de quince piezas divididas en dos bloques (Hoy por hoy y Homenaje a Salvador Allende), el hoy sexteto dirigido artística y musicalmente por Parada y Wang (Patricio Castillo, otro histórico, en voz, bajo y guitarra; Alvaro Pinto en voz, quena, zampoña y charango; Mario Contreras en voz, guitarra, charango y congas; y Rodrigo González en quena, zampoña, acordeón y flauta traversa), resignifica la materia prima de su sino. Lo torna tangible mediante composiciones nuevas que llevan las firmas salpicadas del dúo Parada-Wang: "Trasiente", por caso, temazo instrumental donde la impronta andina ancestral se funde con un hechizante loop de guitarra que la imbrica en un aura atemporal; o "Siete por ocho", bello texto de Parada revestido por una minimal balada al piano por parte de su par; o "Chillando", pieza festiva que refrenda el amor a la patria (Chile, chilito, chilando, chilandó), pese a las penurias del exilio.
También mediante versiones que, fieles al acervo del cancionero sudamericano, reflotan la pluma desgarrada de Violeta Parra ("Según el favor del viento", "El gavilán"), el cantar colectivo de Daniel Viglietti ("Por ellos canto") o "Allende", pieza en vivo inspirada en el "Soneto a Allende" de Orlando Jimeno, cuyo plus textual de Parada va preparando el clima para lo que vendrá, el cuarenta aniversario de la muerte del presidente socialista: "Exacta amaneció la luz del día / exacta en tu perfil la madrugada / cuando de pronto el viento agudo de septiembre / hizo callar tu vida, tu voz y tu mirada". Absolutamente Quilapayún incluye, además, una remozada versión de un militante y lúdico clásico del grupo ("La batea", 1971) y "Canto a la pampa", originalmente grabada cuando Quilapayún era uno. Cuando estaba más cerca de las tres barbas que de esta batalla sin cuartel por el rédito del crédito.
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